El desarrollo de un producto comienza con la formalización de una idea que puede surgir de diversos lugares, como un cliente, un analista o un estudio de mercado.
Una vez que se tiene la idea, es necesario pasar por diferentes etapas para llevarla a cabo de manera efectiva.
En primer lugar, se debe realizar un proceso de definición y diseño, que incluye la creación de un diagrama de flujo y wireframes.
Estas representaciones gráficas permiten visualizar la funcionalidad del producto y su interacción con los usuarios, lo que ayuda a comprender cómo se desarrollará y cómo se estructurarán las diferentes partes del sistema.
Después de la fase de diseño, se procede a la arquitectura funcional, donde se establecen los componentes y la estructura general del producto.
En esta etapa, se define cómo se relacionan y comunican los diferentes módulos y se determina la forma en que se llevará a cabo la implementación.
A continuación, se elabora una lista de requerimientos generales en dos niveles: épicos y componentes.
Los épicos representan funcionalidades o características de alto nivel que pueden ser divididas en tareas más pequeñas y manejables a lo largo de varios sprints.
Es importante destacar que los épicos no son entregables en un solo sprint, sino que requieren de un desarrollo progresivo a lo largo del tiempo.
Una vez que se tienen los requerimientos, es necesario realizar una modelización financiera para evaluar la viabilidad económica del proyecto.
Esta etapa implica analizar los costos asociados, los posibles ingresos y los beneficios esperados del producto.
A partir de la modelización financiera, se deriva una hoja de ruta (roadmap) y un cronograma, que establecen los hitos y las fechas de entrega del proyecto.
Estas herramientas proporcionan una visión temporal del desarrollo del producto y ayudan a establecer prioridades y plazos realistas.
Durante todo el proceso, se deben manejar los interesados, que pueden incluir a ejecutivos, ventas, equipos legales y, por supuesto, los clientes.
Es importante mantener una comunicación efectiva con los interesados para asegurar que sus necesidades y expectativas estén alineadas con el desarrollo del producto.
Esto implica realizar reuniones periódicas, presentaciones y reportes para mantener a todos los involucrados informados sobre el progreso y los cambios en el proyecto.
En cuanto a la metodología, se pueden aplicar diferentes enfoques, como Scrum o Lean, para gestionar el desarrollo del producto de manera ágil y eficiente.
Estas metodologías promueven la colaboración y el aprendizaje continuo, permitiendo ajustes y mejoras a lo largo del proceso.
En fin, el desarrollo de un producto implica formalizar una idea, realizar un diseño y una arquitectura funcional, establecer requerimientos generales, llevar a cabo una modelización financiera, crear un roadmap y un cronograma, y gestionar los interesados durante todo el proceso.
Todo esto se realiza siguiendo una metodología ágil y teniendo en cuenta las necesidades del cliente y las expectativas de los interesados funcionales.
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